Te extiendo la mano; frágil, blanca.
Tímidamente me recuesto a tu lado,
te muestro mi alma.
Brillo, incandescente, y te dejo mirarme.
Vos decidís darte la vuelta y cantar tu propia canción.
Te muestro mis alas; pequeñas, livianas.
Quizá por envidia, quizá por disgusto,
las arrancás con saña.
Me dejás sangrando en el piso.
Y allí me sujetas entre tus brazos,
y jurás protegerme de todos los males del mundo.
Yo seco mis lágrimas, confío en tu palabra,
e intento acercarme a tus labios.
Vos decidís darte la vuelta y cantar tu propia canción.