miércoles, septiembre 26, 2007

Opiniones de un payaso (fragmento)

Heinrich Boll (Alemania, 1917-1985)



Entré en el cuarto de baño, vertí en la bañera parte de las sales de baño que Minika Silvs me había dejado y abrí el grifo del agua caliente. Bañarse es casi tan bueno como dormir, y dormir es casi tan bueno como hacer "la cosa". Marie la llamó así, y pienso en la cosa siempre en sus términos. No podía concebir que ella hiciese "la cosa" con Züpfner, mi fantasía no tiene compartimentos para tales ideas, del mismo modo que nunca estuve seriamente tentado de revolver en la ropa interior de Marie. Sólo llegaba a imaginarme que ella jugaría a la oca con Züpfner,y me enfurecía. Nada de lo que yo había hecho con ella lo podía ella hacer con él sin parecerme traidora o prostituta. Ni siquiera le podía extender mantequilla sobre el pan. Si imagino que ella toma del cenicero el cigarro de él y lo termina de fumar, casi me vuelvo loco, y no supone ningún alivio saber que él no fuma y que es probable que juegue al ajedrez. Algo debía ella hacer con él, y debía hablarle del tiempo y de dinero. En realidad lo único que ella podía hacer para él sin pensar continuamente en mí era cocinar, pues esto me lo hizo tan raras veces, que no sería necesariamente infidelidad y fornicación. Me hubiese gustado mucho llamar enseguida a Sommerwild, pero era aún demasiado pronto, ya que me había propuesto despertarle de su sueño allá por las dos y media de la madrugada, y conversar con él largo y tendido sobre arte. Las ocho de la noche era una hora demasiado decente para telefonearle y preguntarle cuántos principios de orden le había hecho tragar a Marie, y qué comisión había recibido él de Züpfner: ¿una cruz abacial del siglo trece, o una madona centrorrenana del catorce? También reflexioné cómo le asesinaría. A los estetas lo mejor es romperles en la cabeza un valioso objeto de arte, con lo cual sufren, aún al morir, por el crimen artístico. Una madona no sería lo bastante valiosa y es demasiado sólida, y moriría con el consuelo de que la madona se había salvado; y una pintura no es lo bastante pesada, si se exceptúa el marco, y le quedaría también el consuelo de que el cuadro se conservaba. Podría yo raspar la pintura de un cuadro valioso y estrangularle o asfixiarle a él con la tela: ningún crimen perfecto, pero un perfecto crimen estético.

Diálogo sobre un diálogo [Jorge Luis Borges]

A- Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.
Z (burlón)- Pero sospecho que al final no se resolvieron.
A (ya en plena mística)- Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.

Solo [Raúl Brasca]

Me abandoné a la placidez del sueño y, cuando regresé a la vigilia, me ví empapado y temblando de miedo. Me perdí detrás de una mujer, y cuando me di cuenta, estaba desnudo y sin un centavo. Me dejé flotar en el vaivén de las olas, y cuando volví en mí, me hacían respiración artificial.
Definitivamente, no puedo dejarme solo.

Cadáver [Raúl Brasca]

Me senté en el umbral de mi puerta a esperar que pasara el cadáver de mi enemigo. Pasó y me dijo “hasta mañana”.Con tal de no dejarme en paz, sigue penando entre los vivos.

Felinos [Raúl Brasca]

Algo sucede entre el gato y yo. Estaba mirándolo desde mi sillón cuando se puso tenso, irguió las orejas y clavó la vista en un punto muy preciso del ligustro. Yo me concentré en él tanto como él en lo que miraba. De pronto sentí su instinto, un torbellino que me arrasó. Saltamos los dos a la vez. Ahora ha vuelto al mismo lugar de antes, se ha relajado y me echa una mirada lenta como para controlar que todo está bien. Ovillado en mi sillón aguardo expectante su veredicto. Tengo la boca llena de plumas.

lunes, septiembre 03, 2007

La Caída

"Muchacha fumando", recitaba el cartoncito en blanco. Oleo sobre tela, 50 x 80 cm. El blanco como el lienzo en blanco, los rostros blancos de los hombres de traje, los dientes blancos y falsos de las señoras con sacos de visón, las mentes en blanco de las manadas de casi adolescentes que creían saberlo todo por haber leído un poco de Freud, Marx y Foucault.

Encendió otro cigarrillo. No fumaba desde hacía unos años, pero aquella no había sido una buena semana. De hecho, al pensarlo, ninguna semana reciente que pudiera recordar había sido particularmente buena. Entonces encendía otro cigarrillo, descorchaba una nueva botella.

Exhaló con fuerza, resoplando el humo negruzco pero a la vez el hastío, tal vez hasta el asco. Se paseó por la sala evitando cruzar la mirada con nadie, no podría soportar una nueva pero idéntica a las otras conversaciones acerca del sentido de retratar como en manchones la figura repetida, casi imaginada de un hombre en un bar olvidado, un bar en el que suena una milonga. Una escena que se desdibuja de tanto cliché, se desmorona, cae a pedazos. ¿Y a quién le importa el sentido de todo esto, si es que lo tiene? Después de todo, todos tenemos carne y sangre, y vemos al hombre sentado en el bar y nos convetimos en él por un momento, o nos sentamos y pedimos un café negro, o una ginebra, o quizá solo leamos el diario sin leerlo, con la mirada perdida entre los caracteres que al rato parecen hormigas, iguales, monótonas, y esperamos, rogamos que alguien pase por la vereda y pase a convertirse en nosotros.

No reconoció ninguno de esos trazos, ninguna emoción ungida a esas telas que debajo del pigmento eran irremediablemente idénticas. Se encontró preguntándose qué le había pasado en esos meses, más allá de lo obvio, qué parte de su alma o de su cuerpo se había quedado allí en Río Turbio, allí en Constitución, aquí perdido entre las calles grises e interminables de Buenos Aires. Su infinidad melancólica y opaca. El predecible sonido de un bandoneón que nadie está tocando.
Se detuvo de nuevo frente a la Muchacha Fumando. Intentó evitarla al principio, depositando la mirada en unos Pescadores al Atardecer, en la Mujer Desnuda, en el Mercado de Abasto. Pero le fue impoisible. Sus ojos, esos ojos, lo incineraban. Sus ojos pardos detrás de la cortina de humo que levantaba como un muro. Esos ojos. Sus ojos.
-Voy a quedarme en Santa cruz- dijo. No dudó. Su voz no tembló, se la veía tranquila, aunque su mirada era infinitamente triste. Y así fue todo. Él se fue con los críticos y las galerías y el champagne y el smog y el hombre del bar. Ella se quedó. Dando vueltas entre las minas y la nieve, la gente de siempre. Sus ojos y su humo.

No podía dejar de mirar la tela. La cortina firme y etérea, pero impenetrable. Preguntarse nuevamente por qué, siempre, una y otra vez. Su gélida distancia, sus manos cálidad. ¿Por qué, por qué, por qué?

Cerró los ojos casi con rabia. Voy a quedarme en Santa Cruz. Sus silencios. Su risa hipnotizante. La cortina, la muralla. La propia. Buenos Aires y sus autos, sus desiluciones rutinarias.

Ya no pudo moverse. En su mano una copa, en la otra la broche. Una silla vacía, los ojos perdidos, azules. Él solo. Dolían los trazos, por eso se quedó ahi quieto, al óleo.

Alguien compró el cuadro: un señor de traje y bigote. "La caída", creo que se llamaba.

Nocturno [Oliverio Girondo]

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana.
Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos.
Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas.
Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón.

¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo,
y cuál será la intención de los papeles
que se arrastran en los patios vacíos?

Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras,
y en que las cañerías tienen gritos estrangulados,
como si se asfixiaran dentro de las paredes.

A veces se piensa,
al dar vuelta la llave de la electricidad,
en el espanto que sentirán las sombras,
y quisiéramos avisarles
para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones.
Y a veces las cruces de los postes telefónicos,
sobre las azoteas,
tienen algo de siniestro
y uno quisiera rozarse a las paredes,
como un gato o como un ladrón.

Noches en las que desearíamos
que nos pasaran la mano por el lomo,
y en las que súbitamente se comprende
que no hay ternura comparable
a la de acariciar algo que duerme.

¡Silencio! -grillo afónico que nos mete en el oído-.
¡Cantar de las canillas mal cerradas!
-único grillo que le conviene a la ciudad!-.

Encuentro II

Buen día, sueño en vigilia.
La mañana nos besa la frente con la canción
de un tilo que destila la ciudad.
Detrás (o quizá dentro) del muro dos ebrios
ven pasar los días sin ver las nubes,
dos adolescentes se chocan sin cruzarse,
en un instante fugaz
como masturbación.

En estas sábanas, lienzo en blanco;
esta almohada, profundo bosque
tu respiración,
tu olor a primavera.
Silencios que dicen todo
más que
las frases que duran siglos
mezcladas con el humo y con las luces
de los bares y las esquinas.

Encuentro I

Cuando el viento me regala una puesta de sol
a la orilla de tus ojos, y tus palabras
marfil comienzo a sentir
que no todo es imposible.
Crecen raíces de mí, los dedos tienen magia.
Tu risa es música,
agua que corre.
Lunares nocturnos,
verdes prados
tus caricias profundas.
Una brisa que susurra en el alma
y yo pienso y sueño y despierto
y me quedo en vos.
Me tomaste por sorpresa.
Hoy quiero,
hoy te quiero.

Quizá el frío regrese a su casa,
quizá el invierno duerma
cuando ambos
seamos pájaros.

vereda de tolosa

un segundo, un desparpajo, un reflejo
de tus pupilas y te esquivo
fugazmente.
y surgen las mentiras que ocultamos
pero sabemos queremos decir,
sabemos descifrar
la pradera detrás del trueno.

algún que otro peatón que, indistinto
llama la atención de nuestras muecas
clandestinas y trabadas en si.
alguna que otra hoja desfalleciente
que cruje al pisarla
como un caracol en las despiadadas manos
de un infante.

se cruza de nuevo tu luz
con mi sistema
y quiero evitarla pero no
va a ser posible,
pensaré en ella toda la noche
hasta dormir
sin soñar.

los barcos se esconden en la arena,
se sumergen en charcos de plata y
mueren en vitrinas,
sonrien en vitrinas.

digit al

somos carne de cañon o comida para ratas. somos el polvo de algun progreso que llegara proximamente.
dormidos esperamos, baja por la chimenea.
algun prado cromado tirita bajo nubes verdes. besos y risas entre mascaras de gas.
las niñas juegan con sus tripas, arrancan, mastican.
alguien bebe la sangre, la deja correr y la vomita.
entre las hojas mustias las lombrices me recorren la piel de seda, la piel muerta.
miles de manos heladas recorren los recovecos húmedos. mis muslos tenues, mis labios centelleantes.
ojos de purpurina enmarcan una voz que no se oye.
el susurro de un teléfono a lo lejos, los vestigios de la digitalización de los abrazos.

Morfología de los días

date amor, dame amor.
querés saber la lista interminable de parásitos que se comen tu carne.
tienen tus huellas, tus uñas en el suelo, clavadas en los pies.
se ríen como locos, jijiji.
querés saber que te espera de la vida,
pero no hay nada, hay gusanos que se caen de las paredes.
y tu mamá con esa cara de asco, con esa palabra de asco, con el asco.
hay asco.
lavate la cara, perfumate. masturbate.
sé hermoso, efímero.
relamé el caño, acariciá el gatillo. saborealo.
apretalo.
que explote tu paladar, relamelo de nuevo. ese gusto a plomo.
plomo punzó.
ya no te quedó más tiempo
y no te diste cuenta
que de tanto rasgarte la piel
la mosca se tomó la sopa
con vos adentro y todo.

Incomplet

Un negro guante que duerme, se hunde en el piso
esperando a su hermano, (quizá su amante).
Se ahoga
la puerta que no
suen

Un recuerdo, el vaho de un recuerdo
flotando
en un espejo.
Ojos oscuros, tristes. recuerdos.
Una brisa y sssssse los ha
llevad

Una silla, un libro, un crujido.
Una mota de polvo cubriendo
una sonrisa atesorada en una caja.
Hace años que no me la he puesto.

Y esas llaves
tintinean
el eco
del eco
del eco
en mi cabeza
pero no en la puerta
que no
suen

Una ventana abierta que
grisácea se cierra, con ansias se abre.
Muerta se
cierr
a.