Juraba poder sentir el olor narcótico de las flores, los llantos desconsolados, la bendición del sacerdote. Veía el color rojizo de la madera, probablemente cedro, y notó que le habían puesto su camisa favorita para la ocasión.
Supo que soñaba, porque los muertos no sienten, ni huelen, y mucho menos ven, aunque a la vez comenzó a sospechar que todo lo que había leído acerca de fantasmas y espíritus era cierto.
Nunca lo supo. Despertó finalmente, aliviado, y con un gusano asomándose de su oído izquierdo.
1 comentario:
Che...
Que genial esto, genial genial.
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